Aber sie
schaute nicht auf des Bräutigams männlich
gebräunte Wangen, auf denen der schwarze
Bart sich kräuselte, sie blickte nicht
in seine feurigen dunklen Augen, die sich
auf sie hefteten, sie schaute hinaus, zu
den blinkenden, funkelnden Sternen empor,
die vom Himmel herabstrahlten. Da rauschten
draußen starke Flügelschläge
durch die Luft; die Störche kamen zurück.
Das alte Storchpaar, wie müde es auch
von der Reise war, und wie sehr es auch
der Ruhe bedurfte, flog sogleich auf das
Geländer der Veranda hinab; sie wußten,
welches Fest heute gefeiert wurde. Schon
an der Grenze des Landes hatten sie gehört,
daß Klein-Helga sie auf einer Wand
hatte abmalen lassen, da sie mit zu ihrer
Geschichte gehörten.
»Das ist doch eine große Ehre«,
sagte der Storchvater. »Das ist sehr
wenig«, sagte die Storchmutter, »weniger
hätte es wohl kaum sein können!«
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Pero
ella no miraba las mejillas morenas y viriles
del prometido, enmarcadas por rizada barba
negra, ni sus oscuros ojos llenos de fuego,
que permanecían clavados en ella.
Miraba fuera, hacia la centelleante estrella
que le enviaba sus rayos desde el cielo.
Llegó del exterior un intenso ruido
de alas; las cigüeñas regresaban.
La vieja pareja, aunque rendida por el viaje
y teniendo necesidad de descanso, fue a
posarse en la balaustrada de la terraza,
pues se habían enterado ya de la
fiesta que se estaba celebrando. En la frontera
del país, alguien las había
informado de que la princesa las había
mandado pintar en la pared, y que las dos
formaban parte integrante de su historia.
-Es una gran distinción -exclamó
la cigüeña padre. -Eso no es
nada -replicó la madre-. Es el honor
más pequeño que podían
hacernos. |